Platero es pequeño, peludo, suave; tan
blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los
espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal
negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y
acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas,
celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí
con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo
ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas
mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su
cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que
una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra... Cuando paso sobre
él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo,
vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
— Tiene acero...
Platero!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! tiene acero!!!!!!!!!!!!
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